En los Estados Unidos cada año se diagnostican 29.000 nuevos casos de
cáncer de páncreas cada año, una enfermedad que ocupa el quinto puesto
de mortalidad por cáncer en todo el mundo. Se trata de uno de los tipos
de tumores más difíciles de diagnosticar, debido a que los síntomas
suelen aparecer cuando la enfermedad ya está en una fase demasiado
avanzada. Además, la localización de esta glándula impide que los
tumores más pequeños sean detectados durante las revisiones rutinarias.
Los tumores de páncreas pueden dividirse en dos grandes grupos, según su naturaleza, benignos o malignos. Los primeros no son cancerígenos, y los cirujanos pueden extirparlos sin mayor complicación. De hecho, la mayoría de las veces no vuelven a reaparecer después de la operación, y las células de estas tumoraciones no suelen propagarse más allá de su localización inicial. En el caso de los tumores malignos, la gravedad es mayor, y el riesgo para la vida del paciente aumenta. Las células malignas pueden llegar a invadir y dañar los tejidos colindantes, llegando a 'colarse' en el flujo sanguíneo e incluso en el sistema linfático. Éste, encargado de la defensa del organismo, es el que las células enfermas emplean como medio de trasporte para viajar desde el tumor hasta otras zonas del organismo.
Esta expansión es lo que se conoce como metástasis. Cuando las células enfermas alcanzan los ganglios linfáticos, donde se producen los glóbulos blancos (o células defensivas), es fácil que la enfermedad alcance otros ganglios y tejidos, como el hígado o los pulmones (lo que se conoce como metástasis a distancia). En otras ocasiones, la patología se propaga hasta el peritoneo, el tejido que recubre el abdomen, en estos casos se considera que la extensión es local.
Existe un tipo de cáncer pancreático muy raro, que comienza en las células que producen insulina y otras hormonas, de las que toma su nombre, cáncer de las células de los islotes pancreáticos. En estos casos, el organismo produce demasiada insulina.